martes, 17 de marzo de 2009

Humanoides en la costa, el encuentro de Rafael Peralta y otros casos

Debido al enorme número de casos de avistamientos de ovnis en todo el mundo, los investigadores del fenómeno nos hemos visto en la necesidad de establecer unos criterios de clasificación con los que agrupar los casos, para poder analizarlos con mayor precisión y poder sacar conclusiones con más objetividad. El primer criterio de clasificación es la distancia entre el testigo y el supuesto objeto observado, lo que supone que existen dos tipos de avistamientos: lejanos y cercanos. Los avistamientos lejanos, analizados aisladamente, carecen de especial interés porque aportan escasa información sobre el objeto y porque se prestan en demasía a ser el resultado de algún error de percepción. Por su parte, los avistamientos cercanos se subdividen en cuatro categorías o tipos, según si el objeto está en vuelo (1º), si está aterrizado (2º), si está aterrizado y son perceptibles seres asociados a él (3º), y si el observador supuestamente interacciona con el objeto (4º).

Cuanto más complejo es el caso, más llamativo resulta para los investigadores y más atracción ejerce sobre los medios de comunicación, aunque existen otras circunstancias que elevan ese interés. Es eso lo que ocurre con el caso acaecido en nuestra provincia en julio de 1982, un avistamiento cercano del tercer tipo que, además, estuvo protagonizado por un personaje famoso: Rafael Peralta, una figura del arte del rejoneo. Con el aliciente añadido de la popularidad del protagonista, el caso fue muy divulgado en su momento, aunque al principio Peralta sólo relató los hechos a su familia. Cuando la información trascendió el círculo familiar y llegó a los medios de comunicación, el prestigioso investigador Juan José Benítez estudió a fondo el caso, incluyéndolo en alguno de sus libros sobre temática ufológica.

Rafael Peralta contaba en aquel momento con cuarenta y tres años de edad. En la tarde del domingo veinticinco de julio de 1982 toreó en la plaza de La Línea de la Concepción. Tras la corrida acompañó a su cuadrilla hasta la capital hispalense. Desde allí, Peralta se dirigió en su vehículo, un potente Mercedes, hacia Punta Umbría, población en la que se encontraba veraneando su familia. El trayecto de Sevilla a Punta lo realizó solo. Sobre las cuatro de la Madrugada, cuando se acercaba al cruce de La Bota, observó unas luces rojas y amarillas intermitentes junto al ramal de carretera que sale del cruce en dirección a Punta Umbría, sobre la arena, en el lado que da al mar. El afamado torero pensó que se trataba de algún accidente de tráfico, por lo que aminoró la velocidad del coche hasta detenerse a unos veinte metros del lugar en que estaban las luces.

Peralta se apeó y caminó hacia las luces con el propósito de prestar ayuda a los posibles accidentados. Cuando se acercaba, comprobó estupefacto que no se trataba de ningún accidente de tráfico. Según su testimonio, allí lo que había era un objeto casi cuadrado con las aristas redondeadas, de unos cinco o seis metros de largo por tres o cuatro de alto, con un brillo plateado muy intenso. El conocido rejoneador se paró a medio camino con la certeza de que aquello no era algo normal. Al detenerse reparó en otro detalle. A la derecha del objeto, Rafael descubrió a un individuo muy alto, de más de dos metros y medio, que se encontraba frente a él. Aquel ser parecía no tener brazos, ni cabellos, ni facciones. Su cabeza parecía como cubierta con una especie de malla metálica y era cuadrada. Las piernas parecían partir de más abajo de las ingles. Nuestro hombre no daba crédito a lo que veía.

El extraño ser emitió un sonido gutural, seco, entrecortado y con cierto tono metálico. Rafael oyó algo así como “ba-ra-ra-rá”, y no entendió absolutamente nada, por lo que le preguntó al personaje “¿qué dices?”. No obtuvo respuesta. El humanoide se adentró en el objeto sin que el rejoneador acertara a captar ni cómo, ni por dónde. Seguidamente el objeto se elevó y, siempre en silencio, se dirigió hacia el mar. Peralta volvió al coche y durante unos minutos buscó las llaves, pues con el nerviosismo no recordaba dónde las había dejado. Cuando por fin las encontró, arrancó el vehículo y puso rumbo a su casa, a donde llegó invadido por un miedo que no lo dejó dormir en toda la noche. Su reloj se había quedado parado a las cuatro y pico, y no volvió a funcionar hasta pasados varios días.

Curiosamente, el catorce de ese mismo mes se había producido algún avistamiento de ovnis en la misma zona. Pasadas las tres de la madrugada, unos veraneantes madrileños vieron en el mismo cruce un objeto que evolucionaba sobre el mar. Al llegar a Punta Umbría alertaron a varios vecinos que fueron así también testigos de las maniobras del objeto, que en ocasiones descendía hasta casi tocar la superficie del agua, iluminándola con potencia.

No ha sido este caso el único en nuestra provincia en el que se observa un ser de aspecto humanoide, el propio Benítez nos dio a conocer otros casos que resultan muy adecuados para referirlos a continuación. Comenzaremos por el avistamiento ocurrido en Villablanca el día diecinueve de marzo de 1967. La historia fue protagonizada por el pastor de la localidad, Domingo De la Cruz Orta, el “Hilario”, y por el “zagal” que le ayudaba en las faenas de cuidar a las ovejas, Fernando Cavaco, un chico de unos doce años de Cartaya. A las dos de la madrugada, ambos regresaban con el ganado después de haber pastado furtivamente en una finca próxima cuando divisaron una luz muy potente junto a unas cuadras. Primero pensaron que sería un paisano que atendía al ganado, pero cuando se situaron a unos doscientos metros vieron que era un extraño personaje que portaba una especie de foco.

Tras deambular por la zona, aquel ser se elevó por los aires hasta que sólo era visible la luz proyectada. Primero se desplazó en dirección a Portugal y después se dio la vuelta hacia el punto de partida. Antes de llegar cayó por un barranco y después siguió acercándose, volando a unos veinte o treinta metros de altura. A medida que descendía, la luz disminuía y se hacía más visible la silueta del humanoide, que volaba en posición vertical sin que se viera ningún aparato que propiciara tal desplazamiento, como si levitara, y sin emitir ni un solo sonido. El pastor se acercó algo más al ser, una vez se posó de nuevo. Observó que vestía pantalón y chaqueta bien abrochada que le parecieron de pana, con un sombrero en el que brillaba algo metálico y que el ayudante percibió más bien como una corona. La indumentaria hizo pensar al “Hilario” que podía tratarse de uno de los guardas de la finca que acababan de abandonar, aunque no podía comprender lo del vuelo.

Ante esa posibilidad, el pastor se acercó hacia el ser con la intención de solucionar la falta cometida, pero cuando estuvo a pocos pasos -y ambos se detuvieron- observó que no era ningún guarda. Antes de poder emitir alguna palabra, el humanoide se giró y se alejó. Poco después volvió a elevarse, aumentando la luz hasta que la claridad lo ocultó a la vista. La luminaria se alejó en dirección al Guadiana alumbrando los campos en su trayectoria. Cuando desapareció de forma definitiva, los pastores retomaron el rebaño -en todo momento tranquilo- y se recogieron siendo poco más de las tres de la madrugada.

El siguiente caso es el que protagonizó la prestigiosa pintora María Asunción Echagüe en noviembre de 1972. Tenía cuarenta y cuatro años por entonces y vivía en Isla Cristina. Una mañana salió a pasear por la playa con su hermana Concha y la perrita Tekel. Vieron pisadas, dos pares de hileras separadas entre sí un metro. Parecían pisadas normales, salvo por el detalle de que eran afiladas por la delantera. Presentaban un avance unísono, saliendo perpendicularmente del agua y desapareciendo súbitamente a cierta distancia, en las dunas que cerraban la playa, como si los caminantes se hubieran esfumado durante el avance. Eso asustó a las mujeres, que decidieron volver a casa.

Según confesó la pintora a J. J. Benítez, poco antes del mediodía, se puso a regar las plantas de la terraza y descubrió en un jardín a unos cuarenta metros a dos individuos de casi dos metros de altura, con melenas de color blanco brillante, con trajes ajustados de una sola pieza, de color gris refulgente y como granulado, con algo oscuro en el pecho y el cuello. La pintora estupefacta se preguntó qué serían. En ese momento, los seres se giraron y la miraron, alzando sus brazos derechos con tres dedos extendidos. La testigo creyó recibir una comunicación que la llenó de paz y alegría. A continuación, se marcharon y desaparecieron entre los árboles cercanos. A poca distancia, un niño del vecindario observaba a los extraños seres y, cuando la vio, le preguntó a María Asunción si había observado aquellos extranjeros tan raros.

En el mes de enero siguiente, María Asunción observó al oscurecer, bajo las aguas del mar, una gran luz que cambiaba de color, entre el azul, el verde y el naranja. El fenómeno duró unos diez minutos. La pintora protagonizó otro avistamiento singular el 29 de septiembre de 1982, dos meses después de la experiencia de Peralta. Al levantarse vio hacia el este un panecillo luminoso de color anaranjado, de tamaño aparente mayor que la luna llena, y que se apagó de repente. A continuación, observó por el balcón, hacia el oeste, otras dos luces, una ovalada y la otra, como doble, con la parte superior más pequeña que la inferior. Esa misma noche también fueron testigos de los avistamientos unos policías locales, comerciantes y marineros de Isla Cristina.

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