sábado, 31 de enero de 2009

La Virgen del Almendro: idolatría a un tronco quemado

Hay gente que es capaz de ver fenómenos divinos o sobrenaturales donde no hay nada de ello, movidos tal vez por una necesidad inconsciente de sentirse protagonistas de hechos insólitos que los coloquen en un plano privilegiado ante los demás. Así, el fervor religioso lleva en ocasiones a los despropósitos más inverosímiles. Como tal podemos calificar los hechos que tuvieron lugar a comienzos de 1991 en las afueras de la costera localidad de Cartaya. Alguien afirmó que el tronco de un árbol se parecía a la imagen de una Virgen y a partir de ahí se creó en torno al citado tronco un entramado de culto popular que rayaba con el surrealismo. El árbol en cuestión se ubicaba junto al inicio de la carretera comarcal que une dicha localidad con el poblado de Tariquejos. El tronco había sido cortado aproximadamente a un metro de altura -o poco más- y había sufrido una devastación parcial ocasionada por el fuego.

Visto desde cierto ángulo, su forma recordaba vagamente la silueta de alguna virgen, tal vez ataviada con un manto. Los más irónicos afirmaron que debía tratarse de la Virgen de Montserrat, ya que el color de la madera quemada era negro como el de la Moreneta. Chistes aparte, lo cierto es que desde el resto de perspectivas nada identificaba el perfil del árbol con ninguna figura religiosa. Pero, como la imaginación popular es tan creativa en algunos casos, el ansia de veneración se desbordó y el lugar se llenó, especialmente los fines de semana, de curiosos y de devotos, ávidos estos de lanzar al viento sus rezos y de atestar el árbol y sus alrededores de velas, rosarios, flores y estampitas de santos, vírgenes y mártires. Los cánticos de contenido religioso se convirtieron el la banda sonora original del entramado mitad folclórico, mitad pseudorreligioso.

Al conocerse la noticia, mi buen amigo Moisés Garrido, estudioso incansable de los enigmas de nuestra tierra, acudió hasta el lugar de los hechos, acompañado por el también investigador Francisco Bayo. Ambos comprobaron in situ la oleada de fervorosos orantes que se daban cita ante el carbonizado tronco. Vieron que no faltaban tampoco los enfermos que llegaban a pedir la curación. Algunos de los miembros de aquella cohorte de peregrinos identificaban en la madera a la Virgen de Fátima y otros, a la de Guadalupe. Cada cual a su gusto, pero la mayoría comenzó a denominarla la Virgen del Almendro. Una nueva advocación que jamás llegará a ser aceptada por la institución eclesiástica.

Tras examinar concienzudamente la forma del árbol desde todas las perspectivas posibles, los investigadores, conscientes de que todo era fruto de la mezcla entre fe e imaginación, consultaron a una mujer que se encontraba en una casa de campo cercana. Carmen Naranjo les confirmó que el tronco llevaba varios meses en aquel estado y nunca había llamado la atención de nadie hasta que, hacía unos días, alguien creyó ver en él la silueta de la Virgen, provocando aquel movimiento de veneración que, como les informó la Policía Municipal, a veces se alargaba hasta la madrugada.

El párroco de la localidad no quiso pronunciarse públicamente sobre los acontecimientos, pero ante los investigadores evidenció su malestar por la dimensión y el alcance que tales hechos estaban tomando. Esa postura es de entender, ya que para cualquier persona -y más aún para el sacerdote- no resulta lógico que surjan lugares de culto en torno a tales manifestaciones, máxime cuando a muy corta distancia ya existe desde el siglo XVI un convento, el de Ntra. Sra. de la Consolación. Caprichos de la fe o del fanatismo.

Tampoco el dueño de los terrenos veía con buenos ojos la invasión de su propiedad privada, aunque no se estuvieran provocando daños de consideración. Al parecer, en alguna ocasión mandó cortar el tronco para acabar con la peregrinación, pero nadie se atrevía a ejecutar la orden, tal vez por miedo a un castigo divino o por temor a las represalias humanas. En consecuencia, el árbol siguió allí, junto a la cuneta, con su parafernalia de adornos piadosos y la idolatría de los devotos.
Durante su visita, los investigadores preguntaron entre los vecinos para conocer la valoración generada ante los acontecimientos. Como era de esperar, los resultados de la encuesta evidenciaron que la opinión estaba dividida entre los que aceptaban el hecho como un posible fenómeno sobrenatural y los que se mostraban escépticos, achacando a la casualidad cualquier parecido entre árbol y Virgen. Afortunadamente, el tiempo posibilitó que la cordura se impusiera a la sinrazón.

Un par de años más tarde tuve la ocasión de visitar el enclave, acompañado por Moisés Garrido y por Alejandro Rubio. La masiva peregrinación se había frenado considerablemente, pero aún eran visibles las últimas flores y estampas, resecas y descoloridas. Allí pude comprobar personalmente lo que ya sabía por Moisés, la forma del tronco era interpretable según el ángulo desde el que se mirara. Me fui con la evidencia de que nada de sobrenatural había en aquel despojo de madera semiquemada. Con los años he vuelto a pasar por aquel cruce y he visto que el árbol sigue allí, olvidado y empequeñecido junto a unas nuevas construcciones agrícolas que le han robado protagonismo. La devoción marina surgida en torno a su tronco pasó a mejor vida, ya que curiosos y creyentes se fueron desencantando ante la ausencia de milagros y hechos prodigiosos que avivaran la fe.

jueves, 29 de enero de 2009

El rostro de Cristo en el plástico de un invernadero

Apuraba el mes de abril de 1996 sus últimas jornadas cuando se desataba en Moguer una curiosa manifestación pseudorreligiosa: cientos de personas acudían hasta un invernadero de la localidad para contemplar una mancha surgida sobre uno de los plásticos que protegían la plantación de fresas. La explotación, de unas veintiséis hectáreas y propiedad de la cooperativa Occifresa, se ubicaba en la parcela número seis de la zona regable del Avitorejo. Los lugareños identificaron la imagen como el rostro de Jesucristo y, rápidamente, la superstición popular fue otorgando a la figura un origen sobrenatural. Al parecer, la noche anterior al momento del hallazgo por parte de unos obreros, la zona se vio afectada por una fuerte tormenta acompañada de numeroso aparato eléctrico, lo cual llevó a pensar que un rayo fue el causante del fenómeno.

Cuando los medios de comunicación se hicieron eco del acontecimiento, una oleada de curiosos invadió la población, cuna de Juan Ramón Jiménez, atraídos por la conmoción creada en la plantación. Tal avalancha de visitantes, que llegaron a formar extensas hileras de coches en el camino de acceso, tuvo unas repercusiones negativas para los propietarios del recinto. La plantación de fresas que se encontraba en el interior del invernadero fue materialmente destruida y muy pronto comenzaron a sufrir daños los sembrados freseros colindantes. Los dueños se plantearon incluso retirar el plástico para evitar los destrozos. Para controlar las caravanas y la invasión humana, la Guardia Civil y la Policía Local de Moguer se vieron obligadas a intervenir. La solución adoptada fue facilitar el acceso al invernadero que albergaba la imagen y vallar el resto para evitar su destrucción. Los dueños, mientras tanto, deseaban que otra tormenta, igual a la que la creó, acabara con aquella pesadilla.

La peregrinación que se puso en marcha llevó ante el plástico a multitud de devotos y fanáticos religiosos. Los rezos se hicieron frecuentes y el habitáculo se llenó de flores y velas, que se acumularon al pie del “lienzo sagrado”. En muchos momentos se vivieron episodios de histeria, protagonizados por personajes de diversa índole. No faltaron, incluso, los enfermos llegados para buscar la curación. Es lógico plantearse qué era lo que tenía aquella imagen para despertar tales sentimientos en las personas que acudían a verla. Tan irrefrenable comportamiento estaba movido por la fe, con una cierta dosis de morbo y mucha curiosidad. Hubo quien, sensibilizado por el fervor reinante, ejercitó su fantasía y creyó ver en otras manchas de los plásticos de los alrededores las imágenes de la Virgen María, el Niño Jesús y otras figuras religiosas. Se trataba, sin duda, de un caso de sugestión colectiva de naturaleza pseudorreligiosa.

Pero no todos los curiosos eran tan fervorosos. Otros, menos devotos, no dudaron en causar leves daños al plástico, pintándolo con bolígrafos o clavándole palos, aunque sin deteriorarlo mucho. Sin llegar al vandalismo, también los hubo que le restaron divinidad, identificándolo como el Che Guevara o como el Camarón de la Isla. Nuevas interpretaciones desligadas de aspectos religiosos, pero con el mismo valor argumental.

Acompañado de los investigadores Alejandro Rubio y Moisés Garrido, acudí hasta Moguer el día cuatro de mayo, a bordo de mi viejo Reanault-5, con la intención de investigar in situ el fenómeno. Pudimos comprobar la veracidad de las noticias publicadas sobre el fervor de los visitantes. Sorteando velas y flores accedimos al plástico para realizar una inspección ocular, desistiendo de la idea de obtener un trozo del lienzo para realizar un análisis del mismo. La sola intención de recortar un pequeño fragmento de la imagen habría servido para exaltar a los devotos y habría puesto en peligro nuestra integridad física. Sin esos análisis resultaba más difícil efectuar un dictamen, pero las evidencias nos permitían sacar varias conclusiones.

En primer lugar descartamos que la mano del hombre estuviera detrás del origen de la imagen, ya que no había restos de pintura. Por el camino de acceso y en las inmediaciones del invernadero observamos muchas manchas de la misma naturaleza, aunque con formas menos caprichosas. Sin análisis, se abrían dos hipótesis distintas e indemostrables: la alteración por efecto de las descargas eléctricas conducidas a través de la humedad acumulada sobre los plásticos tras la lluvia o deterioros habituales de ese producto. En cualquier caso, tampoco se evidenciaba ningún indicio de un posible origen sobrenatural de la imagen. Es cierto que la misma se asemejaba a los rasgos de un rostro de varón, con cierta similitud con los que presentan algunas conocidas teleplastias, pero nada más.

Otro de los elementos que nos llamó la atención era que se identificaba la imagen con el rostro de Jesucristo pese a que no presentaba atributos específicos que así lo aconsejaran, como un aura, una corona de espinas u otros adornos crísticos. Tal identificación respondía claramente a interpretaciones subjetivas basadas en preferencias personales y carentes de rigor, un caso de lo que denominamos pareidolia, un fenómeno psicológico consistente en que un estímulo vago y aleatorio (habitualmente una imagen) es percibido erróneamente como una forma reconocible. Dicho de otra manera, es una interpretación arbitraria de la mente humana producida al asociar un patrón o forma con una figura reconocible de una persona u objeto. El ejemplo más habitual es la búsqueda de parecidos en las nubes. Es verdad que de alguna manera existía un cierto parecido con algunas imágenes de la iconografía clásica (por ejemplo, pinturas de El Greco), pero también lo había con los iconos del Che Guevara o Camarón, como alguna gente había anunciado, o de cualquier persona con barba y melena corta.

Algunos devotos habían respaldado la celestialidad de la figura argumentando unos supuestos cambios de tonalidad. Nosotros permanecimos allí casi todo el día y comprobamos que eran cambios de nitidez, que estaban ocasionados por la incidencia de los rayos solares, que hacían la imagen más nítida al mediodía que por la tarde. Por todo ello, llegamos a la conclusión definitiva de que el acontecimiento investigado no representaba ningún milagro ni fenómeno sobrenatural. Sólo presentaba interés como mero factor sociológico, indicativo de la superstición y la religiosidad popular.

Al concluir la temporada de recogida de la fresa, los dueños de la parcela anunciaron que el “lienzo” en cuestión había sido sustraído unos días antes de que se procediera a la retirada generalizada del plástico de los invernaderos. No me extraña nada que la imagen fuera robada por algún fanático con ánimo de conservarla como reliquia. Tampoco es descartable que alguien la hiciera desaparecer para evitar así que se pudieran repetir situaciones como las vividas durante la incesante peregrinación, que tantos daños económicos causó a los propietarios del invernadero, como ellos mismos reconocieron ante la prensa. El hecho es que a partir de ahí, el tema fue cayendo en el olvido y con el tiempo nadie volvió a comentar el asunto.