miércoles, 30 de septiembre de 2009

Marte en Riotinto

La vida tiene curiosas paradojas. Muchas y muy curiosas. Como, por ejemplo, la de que un río llamado Tinto apenas discurra por los terrenos de un municipio que toma de él su nombre, Minas de Riotinto. Pero no es de minería de lo que quiero hablarles en esta ocasión, sino de otra paradoja que relaciona al planeta Marte con esa corriente fluvial que nace en La Granada de Riotinto; crece -tímida aún- en Nerva, Minas de Riotinto, Zalamea la Real, Berrocal y Paterna del Campo; se vuelve poderosa en Villarrasa, La Palma del Condado, Niebla, Bonares, Lucena del Puerto, Trigueros y San Juan del Puerto; y muere lentamente en Moguer, Palos de la Frontera y Huelva, al fundirse con el Odiel y perderse definitivamente en la salada inmensidad oceánica. Sí, el Tinto es algo más que un río.

Corría el 2002 cuando saltaba a la palestra internacional la noticia de que -tras tres años de investigación- en el río Tinto se había producido el hallazgo de microorganismos eucariotas, en un hábitat con condiciones muy extremas para la vida por su elevada acidez -un pH de 2.2-, su alta concentración de metales pesados como el hierro y su escasez de oxígeno. Condiciones estas que hacían pensar que la investigación de tales organismos -realizada por miembros del Centro de Astrobiología (CAB)- podría ser de utilidad en futuras misiones al planeta Marte, de cara a buscar formas de vida primigenia en el planeta rojo (ampliable con el tiempo a otros astros de nuestro sistema solar), pues nuestro río posee ciertas características análogas a las de ese astro. El astrofísico onubense Juan Pérez Mercader afirmaba que “El Río Tinto es un modelo extraordinariamente interesante y muy accesible para estudiar la vida en Marte desde la Tierra” y que “El análisis de las aguas de este río puede ofrecernos las claves de cómo pudo haber sido la vida en el planeta Marte si es que existió alguna vez”.

En sus aguas se ha detectado una colonia de 1.300 especies distintas de microorganismos quimiolitótrofos que se alimentan de los sulfuros polimetálicos. Cabe destacar que, según afirmó Ricardo Amils en 2005, en un congreso celebrado en El Campillo, la existencia de bioformaciones de hierro en el sistema del Tinto con más de trescientos mil años de antigüedad, mucho antes de iniciarse la labor minera, indica que las caracteristicas tan peculiares de este río no son debidas a la contaminación por las labores mineras, sino que son muy anteriores. Estos seres que habitan hábitats hostiles y, en apariencia, estériles son llamados extremófilos. El geólogo José Borrero ya anunciaba en 1998 los resultados de unas investigaciones realizadas desde 1994 por científicos de la Universidad Autónoma de Madrid en las que ya se detectaron casi seiscientas especies extremófilas, entre hongos, algas, bacterias y protozoos. En nuestro caso habitan un medio extremadamente ácido, pero hay otros ejemplos de extremófilos en el planeta, como los que se desarrollan en géiseres, en los hielos de la región antártica, en ambientes alcalinos, radiactivos o muy salinos, o cerca de surtidores hidrotermales submarinos, donde se dan condiciones de elevada presión y altísimas temperaturas.

Las investigaciones, en las que participó en 1999 el propio director de NASA, Daniel Golfín (que acudió a la zona acompañado del Secretario de Estado de Defensa, Pedro Morenés), se realizaron en cuatro fases simultáneas. La primera actuación, dirigida por el catedrático de Microbiología Ricardo Amils, investigaba la biología y la bioquímica del Río Tinto. En el proyecto, denominado “P.Tinto”, participaron investigadores de la NASA como Carol Stoker, Jonathan Trent y Rosalinda Grymes. El trabajo consistió en realizar análisis de las aguas del río mediante un prototipo de robot submarino -al que llamaron “Snorkel”- construido por el Laboratorio de Robótica y Operación Remota del CAB, con el fin de perfeccionarlo para emplearse con el tiempo en la búsqueda de vida microorgánica en Marte.

Esa primera actuación permitió identificar bacterias primitivas procariotas, o arqueobacterias, que carecen de núcleo celular y compartimientos membranosos. posteriormente, fueron detectados microorganismos más complejos y evolucionados, del tipo eucariota, que son células de un tamaño diez veces superior al de los procariotas y que poseen un núcleo para el ADN. El hallazgo de esas bacterias multicelulares causó gran sorpresa en la comunidad científica, que encontró nuevas posibilidades, insospechadas hasta ese momento, de cara a la exploración de vida en Marte, ya que evidencia que la vida es muy resistente y puede aflorar en ambientes muy extremos. Así, parece más posible que la vida haya surgido en planetas como Marte, o en lunas como Titán o Europa.

Otro equipo, bajo la dirección del paleobiólogo David Fernández Remolar, estudió a su vez la geobiología del Tinto. Otra actuación fue el diseño de instrumentos para estudiar el río de forma automática, bajo la dirección del Dr. Javier Gómez de Elvira. La cuarta actuación consistió en la realización de una serie de perforaciones cerca del Río Tinto para estudiar cómo se ha propagado la vida de eucariotas y cómo otros tipos de vida se estaban propagando a lo largo de las rocas del Río Tinto.

Tras la publicación de los trabajos en la prestigiosa revista Nature, el investigador onubense Moisés Garrido entrevistó al Dr. Juan Pérez Mercader, director del CAB, para conocer de primera mano las investigaciones que su equipo de científicos realizaba en el Río Tinto. Pérez Mercader destacó que los hallazgos de una biodiversidad de eucariotas muy superior a lo esperado quería decir que la vida es muchísimo más robusta de lo que se pensaba hasta hacía muy poco tiempo. Y eso tenía implicaciones importantes a la hora de pensar qué tipo de vida podría haber en otros lugares del Universo.

Como comentábamos al comienzo, paradojas de la vida -nunca mejor dicho- han hecho que la búsqueda astrobiológica tenga en los áridos parajes de la Cuenca Minera onubense un espacio esencial para su desarrollo. Se me olvidaba comentar que la astrobiología es una nueva ciencia interdisciplinar, en la que trabajan de la mano astrónomos, geólogos, biólogos y otros profesionales para dilucidar las posibilidades de existencia de vida fuera de nuestro planeta, y (llegado el caso) detectarla e investigarla.