martes, 10 de noviembre de 2009

Danzar hacia los dioses

Cada cultura, cada movimiento religioso tiene un conjunto de bailes y danzas que escenifican la unión del ser humano con la divinidad, o que -al menos- suponen un impulso reverencial para evidenciar el deseo de establecer esa unión. La danza sirve también para reavivar las fuerzas cósmicas o místicas, manifestadas tradicionalmente como plasmación de la unión humana-divina. La danza ritual ya era usada en las tribus primitivas y jugó un papel destacadísimo en el mundo griego. En la actualidad, destacan por la intensidad de su adoración los derviches, místicos musulmanes que entran en éxtasis a través de la danza y llegan hasta la extenuación.

Según el antropólogo Pedro A. Cantero, “la danza es una expresión por la que el hombre siente, comunica y conoce”. En la provincia de Huelva contamos con un puñado de tradiciones con la danza como protagonista. Sin llegar al misticismo de las manifestaciones de los derviches, podemos afirmar que casi todas ellas tienen un marcado carácter religioso, salvo ciertas manifestaciones puramente lúdico-festivas, que también citaremos para dar una idea un poco más clara del mosaico de danzas provinciales. Incluso haremos referencia a ciertas danzas que desgraciadamente se han perdido por diversas causas. También hemos de llamar la atención sobre el hecho de que en muchas ocasiones el ritual de la danza comienza antes de los primeros pasos, justo en el proceso de colocación de la indumentaria. Algunas de nuestras danzas provinciales están interpretadas por hombres, mujeres o niños ataviados con una vestimenta digna de admiración, de la que también hablaremos.

Debía andar yo por los cuatro o cinco años cuando venían a Puerto Moral los Danzantes de Hinojales para participar en la procesión de la Virgen de la Cabeza. Me llamaba tanto la atención la indumentaria de aquellos jóvenes, que cuando sale a colación el tema de la danza, pese al tiempo transcurrido, el primer elemento que se me viene a la cabeza es el de esta localidad serrana y su particular tradición. Con ese motivo, comenzaremos nuestro análisis del fenómeno de la danza en la provincia de Huelva por esa población. Las actividades de danza tienen lugar en Hinojales durante el mes de mayo, en los cultos a la Virgen de Tórtola. Participan del acontecimiento dos grupos -niños y jóvenes- al son de la gaita y el tamboril. Cada grupo consta de ocho “lanzaores” (con cinturón rojo) y un “guión” (con cinturón verde), que los dirige. Todos ellos se ayudan de castañuelas para realizar sus movimientos.

Dejemos que sea la docta voz del periodista Aurelio De Vega, gran amante de la sierra onubense, la que describa la danza de Hinojales. Hacen dos movimientos girando a derecha e izquierda, por fuera, y luego otros dos hacia dentro. Hay una parte en que los danzantes van hacia atrás y los de atrás vienen adelante. Vuelven a repetir las mismas o parecidas figuras, hasta que llegan a quedarse en forma de cruz. La danza en la iglesia es más viva que en la calle. El propio De Vega comienza a describirnos la indumentaria de estos danzantes. Camisa blanca normal; una cinta de cualquier color colgada al cuello (cae por delante y parece que son tirantes); cinturón, más ancho por delante y con unas ballenas para que no se doble.

Se enriquece la vestimenta con un doble faldoncillo o “volero”, blanco de encaje calado, con dos pañuelos a los lados. Continúa De Vega la descripción. El pantalón es normalmente azul, hasta por debajo de la rodilla. Tiene botonadura dorada por fuera del muslo y dos madroños, donde el pantalón termina y aprieta la media, que es blanca de hilo. Las zapatillas son también blancas. Este traje es muy vistoso y tiene como complemento un gorrito de tela de color, hecho a capricho y sin casquete. Es más ancho por delante, lleva un encajito blanco muy fino encima y unas flores pequeñas cosidas. Por detrás cuelga un manojo de diez o más cintas, cada una de un color y centímetro y medio de ancho, que caen hasta la cintura.

Muy cerca de allí, en Cumbres Mayores, nos encontramos con otra tradición de danzantes. En el Corpus Christi, durante las procesiones, se hacen las Danzas de la Virgen de la Esperanza y del Santísimo Sacramento. Los danzantes son niños de ambas hermandades que realizan su labor al son de la gaita, el tamboril y las castañuelas. Al domingo siguiente se repiten en la vuelta de las imágenes a sus ermitas. También participan los danzantes en los actos del Lunes de Albillo (segundo lunes tras el Domingo de Resurrección) con la Danza de la Virgen y también en la verbena de la Virgen del Amparo, el 8 de septiembre, día de la Natividad de María. Existen además otras danzas infantiles en nuestra provincia, como son los bailes de seises de la fiesta de la Virgen de Coronada -en Calañas-; los lanzaores de Cabezas Rubias en los festejos y romería de San Sebastián; y las que cita Cantero en Paymogo.

Al noroeste de la provincia tenemos a Encinasola, localidad donde se da una de las manifestaciones de danza más impresionantes de nuestra geografía: la Danza del Pandero. Se trata de una antigua danza fúnebre de origen leonés, cuyo arranque se remonta al siglo XIII. Es interpretada por mujeres con un sobrio ritmo marcado exclusivamente por unos panderos cuadrados. Se cree que se interpretaba al morir un niño pequeño, en la creencia de que a la vida se venía a sufrir y con la muerte un alma inocente alcanzaba la dicha del paraíso celestial. Se cantaba y bailaba en la puerta del niño formando corro bajo la sobriedad del pandero, único instrumento utilizado para su interpretación. Luego iban a casa de los padrinos del niño donde volvían a bailar y eran agasajados con dulces, chacinas y otros manjares típicos. El Grupo de baile de Encinasola participó en el VII Concurso Nacional de Coros y Danzas -celebrado en el Teatro Español de Madrid- en diciembre 1948, obteniendo el primer premio Nacional de danza.

San Telmo es una pedanía minera de Cortegana. En el mes de mayo, en las fiestas patronales, tiene lugar una danza de las espadas protagonizada por jóvenes de la localidad con una sencilla indumentaria, en la que destaca una banda roja cruzando el pecho. Hay en nuestra provincia varios ejemplos más de danza de las espadas; para Cantero, la más lograda y emotiva de todas ellas es la de San Bartolomé de la Torre, “tanto por la sincronía de los pasos y mudanzas como por la intensidad dramática que alcanzan danzaores y tamborileros, así como la perfecta ejecución de la música y las figuras”. Se realiza dos veces al año, en San Sebastián y en San Bartolomé. La espada es larga y de guarda ancha. Doce hombres componen el grupo, pero tres descansan mientras danzan los otros nueve. Entre ellos destacan el “maestro” -encargado de ir determinando las figuras y mudanzas, que no se turna- y el “rabo”, personaje de cierre que tiene mayor libertad de acción y se luce con movimientos a modo de adornos. El rabo, en cada salida del arco de sables, cierra la cola con un arrastre de su espada.

Otra danza de espadas es la que se celebra en La Puebla de Guzmán con motivo de la romería en honor de la Virgen de la Peña. Solemne en sus pasos y mudanzas, la danza de La Puebla es rica en lo que a indumentaria se refiere. Hay dos danzas -la de hombres y la de mozos- de nueve componentes cada una. Están encabezadas por un capitán y cerradas por un rabeón. En Villanueva de las Cruces cuentan con la Danza de los Garrotes, por San Sebastián, y en Villablanca, con la Danza de los Palos. Esta localidad celebra cada año un Festival Internacional de Danza. Los jóvenes la interpretan en la Romería de la Virgen Blanca y los viejos lo hacen en las patronales, en honor de la misma advocación.

El caso de El Cerro de Andévalo es muy interesante por la riqueza de las indumentarias y porque participan en la danza tanto hombres como mujeres, lanzaores y jamugueras. Los siete Lanzaores van vestidos con pantalón negro, con botones de plata en la parte inferior del pernil, camisa blanca de manga ancha y chaleco estampado. Llevan una banda bordada cruzada sobre el pecho. Cuatro de esas bandas son de color rojo y las otras tres de color verde. En ciertas ocasiones, los Lanzaores visten además una chaquetilla corta de color negro. Por su parte, el traje de las Jamugueras está formado por camisa blanca con encajes, corpiño, Monillo, toca bordada en oro, guantes, guardabajo de seda, enaguas, moa, medias de cuchillas azules, chinelas de terciopelo rojo, sombrero de plumas con lazo y una vistosísima muestra de joyas. Los bailes tienen lugar la Mañana de Albricias (Domingo de Resurrección), el Día de Faltas o Jueves de Lucimiento, durante la romería de San Benito (primer domingo de mayo) y el Miércoles del Dulce. Los hombres realizan un baile que pudiera encontrar sentido en la recreación de vivencias pastoriles. Unidos por las lanzas que portan, van formando distintas figuras: hileras, caracol, túnel, siempre al paso que marca el tamboril. El paso de las andas consiste en pasar danzando bajo las andas que portan a San Benito, sin darle nunca la espalda, en la procesión del domingo de Romería. En cuanto a la Folía, cuando la bailan las mujeres solas, lo hacen mirándose, describiendo varios círculos y figuras, con pasos cortos, mientras unen sus dedos sobre sus cabezas. La Folía también se baila en forma mixta, entonces el hombre, sin tocar a la mujer, la va cortejando dando vistosos saltos, mientras la mujer realiza los movimientos descritos anteriormente hasta que terminan en un abrazo.

Con un nombre muy parecido, la Foliá, se da otra danza en Santa Bárbara de Casa. Por otra parte, Sanlúcar de Guadiana desarrolla durante las fiestas en honor de Nuestra Señora de la Rábida una danza dedicada a la Virgen. Tiene lugar el fin de semana siguiente al Domingo de Resurrección. Es una danza de gloria, bailada por grupos de once varones: hombres, jóvenes y niños. Una de las mudanzas consiste en la reunión de dos grupos de cinco hombres que sostienen arcos de flores. Las fiestas de San Juan Bautista también llevan asociadas danzas en nuestra provincia, como la de los Carajuanes de El Berrocal o la Danza de los Cascabeleros, en Alosno. Esta última es una danza de origen pastoril que se manifiesta en dos modalidades. La primera de ellas es la de los cascabeles, que se realiza durante la procesión y hace alusión a los cascabeles que lucen los lanzaores en las piernas. La segunda de ellas es “el parao”, un fandango que se ejecuta ante la iglesia. Un capataz con una sonaja dirige los bailes, con una docena de mudanzas y tres cambios de ritmo.

El Almendro y Villanueva de los Castillejos comparten la celebración de la romería de Nuestra Señora de Piedras Albas, desde el Domingo de Resurrección al Miércoles de los Burros. Y también comparten la danza de los Cirochos, un baile de adoración interpretado por catorce danzantes. Hay dos grupos, el de los cirochillos (niños de hasta doce años) y el de los viejos (jóvenes y hombres mayores). Su atuendo se compone de blusas blancas y pantalones de pana verde a media caña, con adorno de bolas de colores, calcetas y alpargatas blancas con cintas de colores, pañuelos rojos con lunares blancos en la cabeza y faja y banda rojas -salvo las del guión, que las usa verdes- y las correspondientes castañuelas con cintas de colores.

Existen otras manifestaciones de danza de menor entidad, como por ejemplo el baile de las jotillas de Aroche o las de Santa Bárbara de Casas. También es el caso de los fandangos de Almonaster la Real, de gran riqueza antropológica por su variedad de estilos y la indumentaria utilizada. A todas ellas hay que unir los bailes habituales en fiestas, desde rumbas y sevillanas hasta los bailes del pino de El Granado o Alosno, que fuera ya de la ancestralidad de las manifestaciones tradicionales, cumplen una función lúdica también a tener en cuenta.

Cañaveral de León es un pueblo muy cercano a Hinojales. Al parecer, en tiempos antiguos existía en Cañaveral una tradición de danzantes que intervenían en las fiestas de Santa Marina. Tras su desaparición, en dichas fiestas son llevados los danzantes de pueblos limítrofes, ya sea Hinojales o Fuentes de León (Badajoz). También, según Cantero citando a Antonio Limón Delgado, han desaparecido las danzas masculinas de El Granado y de San Silvestre de Guzmán.

Hasta aquí hemos mostrado el amplio abanico de expresiones de danza que se dan en la provincia. Es muy posible que no todas las danzas que hemos descrito tengan ese carácter mágico que explicábamos al comienzo. Aún así, el valor antropológico de tales manifestaciones hace muy recomendable su conocimiento, su divulgación y su preservación para las generaciones venideras, como muestra del más valioso patrimonio inmaterial que poseemos.

Arroyomolinos y Galaroza: ovnis en la Segunda República Española

La “ufología convencional” nació en 1947, tras el avistamiento protagonizado en Estados Unidos por el piloto Kenneth Arnold. Pese a ello, son muy numerosos los avistamientos de “objetos aéreos anómalos” acaecidos en fechas anteriores a ese año. En nuestra provincia tenemos ejemplos de gran interés, como los que describo a continuación. En la lluviosa noche de la Inmaculada Concepción de 1932, en plena II República Española, dos avistamientos -separados entre sí por pocas horas y pocos kilómetros de distancia- llevaron el asombro primero y el pánico después a las localidades serranas de Arroyomolinos de León y Galaroza.

Estos casos fueron investigados y difundidos por el buen amigo y veterano ufólogo sevillano, Ignacio Darnaude Rojas-Marcos, vinculado familiarmente con la localidad de Arroyomolinos de León, en la que iniciaremos la narración de estos casos tan singulares, siguiendo los informes del propio Darnaude. Los hechos tuvieron lugar en la noche del 8 al 9 de diciembre de 1932, entre las once y media y las doce. La noche era lluviosa, pero sin truenos ni tormenta. Darnaude tuvo ocasión de entrevistar a tres testigos directos del caso arroyenco: Regina Santos Núñez y las hermanas Josefa y Esperanza González Vázquez.

Aquella noche, de repente, se observo una luminosidad espectacular, originada por una masa con forma de “melón ardiente” que caía del cielo sobre la vertical de la población, aunque no llegó a estrellarse contra el suelo. Cuando el cuerpo incandescente había alcanzado una cierta altura en la trayectoria de su descenso, el “melón de fuego” se dividió en fragmentos, originando una ensordecedora explosión, muy distinta al conocido fragor de los truenos. Alguna de las testigos describió el objeto como “un ovillo o bola que iba soltando muchas chispas, una especie de madeja cuyo hilo se fuera desprendiendo”, afirmando que “cayó” (sin citar fragmentación ni impacto real en el suelo) por la zona del Barranco de la Morena.

Cuando aquello atronó los cielos, los lugareños pensaron que se trataba de una bomba de gran potencia colocada por los extremistas por motivos políticos, cundiendo una fuerte alarma. No en vano, se vivían tiempos convulsos, de huelga general y disturbios locales con enfrentamientos entre vecinos y efectivos de la guardia civil. Al oír el estruendo, estos se parapetaron en el interior de la casa cuartel, empuñando los fusiles temiendo que se tratara un atentado terrorista contra la fuerza pública. Por otra parte, un operario sevillano que trabajaba en la construcción de la carretera de Arroyomolinos de León a Cañaveral de León, estaba dormido en la fonda de la localidad y sin recordar cómo, se encontró de improviso en mitad de la calle, vestido, con las botas puestas y los calcetines en la mano.

Tras el enorme traquido de aquella explosión, en Arroyomolinos de León el fluido eléctrico se vio interrumpido durante unos dos segundos, para luego volver a la normalidad. La energía la suministraba un alternador movido por gas, propiedad del empresario Antonio Darnaude Campos -tío del investigador-, quien aseguró que no había encontró explicación alguna a la interrupción del suministro, pues ni el motor, la dinamo ni la red de cables habían sufrido el menor deterioro. Así lo atestiguó también el electricista Guillermo Silva Ballesteros, responsable en esos momentos de la supervisión de las instalaciones. Silva declaró que nada anormal se había registrado en las dependencias de la “Electro-Harinera-Panificadora San Fernando” que pudiera justificar la caída momentánea del voltaje en los conductores. La unidad motriz y el alternador continuaron funcionando sin alteraciones, y Guillermo no manipuló en esos segundos ningún interruptor ni reostato.

Además del apagón, se produjeron otros fenómenos ligados con la electricidad. En la residencia del propio Antonio Darnaude se incendió la instalación eléctrica del piso alto, seguidamente de la “conflagración atmosférica”. Un empleado -Martín Rodríguez Garrido- consiguió sofocar las llamas en los hilos de cobre. A la vez, en el piso bajo, el cristal de una bombilla eléctrica -que estaba apagada cuando sobrevino la detonación- resultó pulverizado en pequeñísimos trozos. Había por aquel entonces tres aparatos de radio en Arroyomolinos. Al de Antonio Darnaude se le quemó el condensador fijo en la entrada de la antena. El del doctor Diego Vélez Escassi no emitía sonido alguno al día siguiente, pese a que en el momento de los hechos se encontraba apagado. Justo lo contrario que ocurría con la radio de Cornelio Fernández, que estaba encendida y no sufrió perturbaciones en el momento crítico.

Entre los efectos de índole física podemos citar también la apertura de una grieta en un muro interior de la iglesia; el derrumbamiento de un tabique en la fonda; la fracturación del suelo rocoso y consistente en un foso subterráneo (a la mañana siguiente se comprobó con asombro que el piso de la poza aparecía removido y cubierto de piedras sueltas, arrancadas del duro subsuelo por una fuerza desconocida de tremenda potencia, algunos de estos peñascos tenían un peso de más de diez kilos); la caída de un mueble aparador en un domicilio particular; y la inexplicable apertura de una zanja (de dos metros de larga, metro y medio de ancha y medio metro de profundidad) en la tierra de un corral, con extracción y dispersión por el entorno del manto vegetal y las arcillas del terreno. A todo esto hay que añadir puertas de domicilios que se abrieron solas, daños e un camión, cuadros que se cayeron de las paredes, un sinfín de cristales rotos y hasta personas mareadas o desmayadas tras el estampido.

Sin embargo, ni la central de energía, ni la posada, ni el templo parroquial, ni otros lugares donde se constataron destrozos físicos en su recinto interior, la techumbre y los muros exteriores habían sufrido el menor deterioro. Otro de los elementos sorprendentes de aquella situación fue que los desperfectos fueron muy puntuales y afectaron a espacios muy concretos, alineables en una franja de un kilómetro de longitud en línea recta, relativamente estrecha.

Por esas extrañas coincidencias de la vida, uno de los testigos del caso de Arroyomolinos se casó pasado el tiempo con una mujer natural de Galaroza. Cuando Darnaude realizó la investigación del caso, esa mujer le informó de una coincidencia asombrosa. En la misma jornada del ocho de diciembre de 1932, a las seis y media de la tarde (cinco horas antes del desplome del “balón de rugby” sobre Arroyomolinos de León), se estaba celebrando en Galaroza la solemne procesión de la Inmaculada Concepción, que transcurría sin novedad por las calles cachoneras. De pronto, los numerosos fieles que formaban parte del cortejo religioso contemplaron atónitos en el cielo “una pelota grande del color del fuego que giraba y parecía que iba dando vueltas”. El fenómeno lumínico se desplazaba lentamente, hasta el punto de que a algunos devotos les dio tiempo de ahumar cristales para observarlo mejor, lo que indica por otra parte que el objeto esférico despedía un fulgor muy intenso.

No deja de ser interesante la coincidencia de ambos fenómenos tan inusuales y llamativos en dos enclaves distantes a vuelo de pájaro unos veintiocho kilómetros, y separados tan sólo cinco horas en el tiempo. ¿Cuál fue la naturaleza y origen del “melón ardiendo” de Arroyomolinos y del “balón de candela” en Galaroza?. ¿Y hubo alguna relación entre ambas exhibiciones?. El cegador “ovillo que se deshilachaba” sobre Arroyomolinos originó una sarta de efectos electromagnéticos y físicos harto singulares, difícilmente explicables si pensamos que era un cuerpo natural en caída libre. Y, por su parte, la lenta esfera ígnea presente en el acto mariano de Galaroza no es asimilable a ningún suceso de la naturaleza ni a artefacto alguno de la aviación de la época. Desgraciadamente, el largo tiempo transcurrido nos impide acceder a nuevos testigos que nos permitirían añadir más luz a aquellos hechos.