jueves, 17 de junio de 2010

Lepe, otra delirante historia de supuestas apariciones marianas

Como hemos comentado en anteriores trabajos, la provincia de Huelva conocía públicamente hasta 1.996 un par de casos de apariciones marianas: El Repilado, en Jabugo, y Gibraleón. A finales de ese año comenzó a rodar por nuestras tierras un nuevo caso, que tuvo una gran incidencia mediática. Se produjo en Lepe y lo protagonizó una mujer -vidente, curandera...- llamada Trinidad Eugenio Mendoza, que por aquel entonces contaba con cincuenta y dos años de edad. Era de aspecto humilde. No sabía leer ni escribir y vivía en una modesta casa de la calle Miño, en la propia localidad de Lepe.

Tuve ocasión de investigar in situ este caso codo a codo con mi gran amigo y mejor experto en estos fenómenos, el onubense Moisés Garrido, autor de la esclarecedora obra “El negocio de la Virgen”. Junto a él acudí por primera vez al nuevo enclave mariano en diciembre de ese año. Una gran muchedumbre se agolpaba entorno a la vidente y al árbol elegido. No faltaba un nutrido grupo de periodistas. Cuando el rezo del rosario alcanzaba el quinto misterio, Trinidad parecía entrar en trance, con las rodillas en tierra y la vista fija en las ramas del alcornoque. A partir de ahí, la imagen repetida de otras apariciones. Mensajes de la Virgen a los presentes, a través de la voz de la vidente... Materializaciones de cruces entre las manos de Trini... Incluso, algún estigma en la mano izquierda de la curandera...

Los mensajes fueron particulares, la vidente hacía una señal a la persona elegida y cuando se acercaba le hablaba al oído, transmitiéndole las órdenes o consejos de la Virgen. Con el tiempo supimos que en otras ocasiones sí hubo mensajes generales, como era de esperar de notable contenido catastrofista y reaccionario, cuando no se trataba de alguno de carácter secreto, que también los hubo. Respecto al resto de fenómenos, no todo era lo que parecía. A los periodistas nos habían reservado un lugar privilegiado alrededor del alcornoque, por lo que los buenos observadores logramos apreciar bastantes detalles. Yo estaba junto a la vidente y pude ver con nitidez como una niña pequeña pasaba a Trinidad la cruz supuestamente materializada milagrosamente justo antes de que ella la mostrara al entregado público. Y vi con la misma claridad como la mujer disimuladamente frotaba un brazo de la cruz (probablemente afilado apropósito) contra la palma de la mano izquierda hasta que brotaba una ligera mancha rojiza. El fraude era más que evidente, aunque la concurrencia parecía no apreciarlo, tal vez sugestionada por el enorme fervor subyacente o tal vez distraída por el manejo escénico y mediático de la vidente y de su entorno de acólitos.

Mucha gente se fue de allí con la impresión de haber presenciado algo grandioso. Nosotros, con la certeza de haber evidenciado el fraude. Pero teníamos interés en profundizar en el tema y en tratar de comprender las motivaciones de Trinidad. También nos interesaba comprender los mecanismos que llevan a tantas personar a confiar a pies juntillas -movidas por la fe- en las palabras y los hechos de personajes como esta supuesta vidente y curandera. Por todo ello continuamos nuestra investigación, visitando varias veces la localidad de Lepe, acudiendo incluso al domicilio de Trinidad. En cierta ocasión, la propia vidente puso en mis manos un libro, teóricamente dictado por ella, en el que se recogían multitud de sus supuestas y maravillosas vivencias. El libro no difería casi nada de las explicaciones que la vidente nos iba dando en las entrevistas que mantuvimos con ella.

En los primeros momentos quisimos contar con la versión y la valoración de la Iglesia. Para ello acudimos al párroco local, Feliciano Fernández Sousa, quien definió a la vidente como una persona sencilla, no muy culta y con escasa formación religiosa. El sacerdote confirmó que la postura de la Iglesia Católica ante los hechos era la de la prudencia. A él, desde el respeto a todas las personas y a los hechos que se estaban desarrollando, le daba pena que se suscitaran movimientos de masas en torno a la vidente en los que se generaran expectativas que después pudieran verse defraudadas.

Pasemos ahora a conocer los antecedentes del caso. Según nos confesó Trinidad Eugenio en las reuniones que sostuvimos con ella, desde muy niña venía protagonizando multitud de sucesos anómalos. Siempre según su versión, a los siete u ocho años Trinidad decía a su madre que no quería salir a jugar a la calle porque estaba entreteniéndose con unos niños que tenían plumas. La madre la habría llevado a una vidente, que identificó como angelitos a tales seres alados. Entre las vivencias anómalas que nos relató Trinidad podemos citar visiones nocturnas, premoniciones, estigmatizaciones, dermografías, clarividencias, experiencias fuera del cuerpo y contactos con espíritus, entre otras, a cual más increíble.

En su adolescencia comenzó a ejercitar la facultad de curación. A los quince años sintió la necesidad de curar a su padre, que se hallaba enfermo. A partir de ese momento -y siempre según la versión de la vidente-, Trinidad siguió ejerciendo esa labor, aunque argumentando que es en realidad la Virgen quien cura a través de ella. Trini afirmaba realizar sus diagnósticos mirando al enfermo y pintando a la vez sobre un papel rayas y garabatos que luego interpreta. La vidente ponía énfasis en que cuando el mal requería intervención quirúrgica, ella no actuaba y remitía el paciente a los médicos oficiales.

Cuando pedimos a Trinidad que nos contara cómo había empezado a ver a la Virgen, ella nos comentó que en 1.984 una nieta suya enfermó de pronto. Entonces se le apareció la Virgen, instándola a curar a la niña y ofreciéndole agua bendita para cuando la necesitara. Un tiempo después, Trinidad comenzó a reunirse cada tarde con unas quince o veinte mujeres para rezar el rosario. En numerosas ocasiones hacían acto de presencia en medio de esas reuniones la Virgen o algunos personajes celestiales, aunque de todas las asistentes, la única que podía verlos era ella. En octubre o noviembre de 1.995, una tarde, la Virgen tomó la mano de Trinidad y dibujó con ella sobre un papel un árbol y dos caminos. Con las indicaciones que le dio la madre de Cristo, la vidente acudió junto a unas amigas a intentar localizar el lugar que le había sido mostrado. Cuando lo halló, la Virgen le dijo que debía acudir hasta el alcornoque todos los días trece de cada mes, acompañada de cuantos hermanos quisieran ir con fe.

Ese enclave sagrado se encontraba en la zona conocida como La Arboleda, a las afueras de Lepe. Y todos los días trece de cada mes, siguiendo el mandato mariano, se reunían ante el árbol un grupo de personas que, junto a Trinidad, rezaban el rosario. Supuestamente, la Virgen acudía al acto y era vista por la curandera vidente, que la describía como una figura de mujer de metro y medio de altura, de unos veinte años de edad y con un rostro muy bello. La descripción se amplía con unos ojos grandes oscuros, pelo largo castaño oscuro, vestido blanco, manto celeste, un velo transparente en la cabeza y un rosario o unas flores en las manos.

Con la construcción de una carretera muy cerca del alcornoque sobre el que supuestamente se daban las apariciones marianas, el caso cobró cierta fama (que con el tiempo lo acabó llevando incluso a la televisión) y saltó a los periódicos provinciales, momento en el que nosotros lo conocimos. Sobre el enclave, sólo añadiré que, como a primeros de 1.997 la afluencia de público -fieles y curiosos- creció considerablemente, los dueños de la finca amenazaron con cortar el árbol, pero no llegaron a cumplir el ultimátum, para tranquilidad de los seguidores del evento pararreligioso.

Como en toda aparición mariana, además de defensores hubo detractores muy activos que acusaron a Trinidad Eugenio de haber creado un montaje con intereses económicos de por medio, puesto que protagonizar un caso así la ayudaría a llenar de pacientes su consulta de curandera. Desde su entorno cercano también supimos que en los años previos Trini había estado organizando excursiones a ciertos enclaves marianos, principalmente españoles, siempre con ánimo de lucro. Suponemos que esas visitas le sirvieron para documentarse sobre la supuesta fenomenología aparicionista e inspirarse para crear su propio caso.

Surgieron en su entorno y fuera de él testimonios de otras personas que también afirmaban ver a la Virgen. Inmediatamente, la propia Trinidad se encargaba de dejar claro que tales visiones respondían a acciones del demonio para sembrar la confusión entre los fieles. A nosotros nos parecía que más bien la vidente trataba de evitar la competencia en algo que tanto esfuerzo le había costado crear personalmente. En cualquier caso, ninguna de las otras visiones siguió adelante, ya sea por la presión de Trini o porque no encontraron el suficiente eco.

El colmo del despropósito llegó poco tiempo más tarde, cuando Trinidad apareció en algunos platós televisivos -acompañada de varias de sus acólitas más cercanas- para escenificar una aparición mariana en directo. Especialmente significativo fue el paso por el programa Esta noche cruzamos el Mississippi, presentado por el controvertido periodista Pepe Navarro, la noche del catorce de enero de 1.997. Como si estuviera ante el alcornoque lepero, rodeada de velas, la vidente entró en éxtasis y la Virgen se le apareció y habló a través de ella. El bochornoso espectáculo ofrecido hizo que muchos creyentes aparicionistas le volvieran la espalda a partir de aquel momento. Y así, poco a poco, el caso fue cayendo en desprestigio hasta diluirse como otros muchos similares. El tiempo, la presión demográfica y el consiguiente desarrollo urbanístico han cambiado considerablemente el aspecto del lugar que por aquellas fechas muchas personas consideraron sagrado.